No recuerdo
quién lo dijo, pero debió ser alguien muy prudente: «Si usted tiene una manzana, yo otra, y la intercambiamos, cada uno se
queda con una manzana. Pero si usted tiene una idea y yo otra y la
intercambiamos, cada uno se queda con dos ideas». La base de ese intercambio es el diálogo y el
debate.
Nuestro
país necesita con urgencia de un debate franco y plural sobre múltiples asuntos
de la realidad. Usted dirá que algunos espacios para ese debate ya existen;
otros habrá que crearlos, pero, sobre todo, nos falta una cultura para un
diálogo lúcido y revolucionario.
Es preciso
desmontar la rigidez del pensamiento, la indiferencia de los que no quieren
discutir, la desconfianza desmedida ante el criterio diferente; los silencios
ante los errores, la falta de transparencia; es preciso desterrar de nuestra
cultura el optimismo desmesurado e ingenuo
de aquellos que rehúyen el debate porque consideran que todo está bien.
Lo que no debatimos
desde el proyecto de un país hecho con todas las manos posibles, se convierte
en temas discutidos en otros espacios donde no faltan los que quieren el
capitalismo. En los vacíos de conocimiento que dejamos, los enemigos del
proceso político y social ponen su mayor atención para crear una versión
distorsionada y conveniente de la realidad nacional.
La unidad es resultado de la diversidad en
un marco de respeto, autocrítica y participación en decisiones donde el
colectivo, sienta el poder como algo que no le es ajeno.
Las
personas en la calle, en un centro de estudio, de trabajo, el jubilado, el
intelectual, el artista, el campesino, el hombre/mujer de carácter sencillo/a y
común que tiene saberes y experiencias, todos, nos formulamos preguntas,
tenemos opiniones que no siempre son llevadas al debate público.
El
ensayista cubano Fernando Martínez Heredia, decía: «Si no hay debate no hay socialismo». “El
debate es tan necesario para el socialismo como el oxígeno para las plantas”. No se trata de un debate para
desmontar la Revolución, sino para afianzarla en el alma de la gente.
Los temas
son diversos y nada debe ser ignorado; se notan cómo se alzan fenómenos
complejos, nuevos, formalismos y esquemas que ya no cuadran con la comunicación
y el mundo de la imagen, la privatización personal al prestar un servicio que
es un bien público, entiéndase, «si me das dinero todo será más fácil».
Cuando Fidel dijo a los estudiantes en la
Universidad de La Habana que nosotros mismos podíamos destruir a la Revolución,
¿debatimos lo suficiente sobre esa amenaza y las formas
en que puede ser destruido un país desde adentro?
¿Los
incondicionales que aceptan todo sin discutir son de verdad revolucionarios? Esto es
mucho más que aprender de memoria el concepto de Revolución. De ese debate
depende la expresión de nuestra libertad.
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